Transcribo (con permiso) un texto del historiador local Juan Domingo Matamala, de su libro de igual título. En otra nota lo analizaremos.
(fragmento)
El embrujo de El Bolsón, no posee definiciones. Es un lugar que elige y no es elegido, quien cree lo contrario no tardará en entender el significado. Y esto es así porque los embrujos ejercen una tentación irresistible sobre la persona anulándole la capacidad de raciocinio para evaluar los pro y los contras que la elección exige.
Las posibilidades de salida laboral, debido a la escueta demanda existente, es un paso fundamental a tener en cuenta por parte del posible nauta que se aviene a afincarse en el lugar.
Luego, una vez instalado, vencer la compleja trama de las relaciones administrativo-comercial-social-étnica- religiosa-filosófica existente, para poder encarar con éxito la supervivencia.
Así es que no son pocos los incomprendidos que deben huir luego de algunos meses de intento de vida en el lugar. Se ha acuñado la frase: «Después que pases tu primer invierno, seguro no te vas más».
El adagio no es para nada hermano de los frígidos tiempos invernales. Es una metáfora de la situación que se ha de encarar para sobrevivir. Hay un frío del alma junto a la nieve y las heladas.
Vivir en El Bolsón implica un alto grado de rápida adaptabilidad a las circunstancias más desconcertantes.
Es duro vivir lejano a los afectos, a las costumbres, a los amigos de toda la vida. Llegar a El Bolsón es olvidarse de todo y hacer borrón y cuenta nueva.
«En realidad, cuando me harté de Buenos Aires, busqué un lugar para vivir en paz y en contacto con la naturaleza, con menos contaminación ambiental, sonora y que mis hijos vivieran otra cosa»- sostiene Jorge, un porteño de clase media con aspiraciones de más y que dejó en el camino todo lo que implicaba trabajar 16 horas diarias en el fárrago de la industria, ver a su familia los fines de semana, cumplir con los compromisos sociales propios de la empresa e intentar sobrevivir en el intento.
Conoció la zona de casualidad un día que vino a Bariloche en una tour de ventas y se incluyó en la excursión una visita a la feria de los Hippies de El Bolsón.
«Ver el Piltriquitrón, el verde, la colorida feria, el rostro de felicidad de la gente, la tranquilidad en todo su extensión (nadie se preocupaba por el reloj, ni corria, ni existían los Fastfood) me puso como loco.
Pensé: yo me tengo que venir a vivir aquí. Evalué en el regreso mis posibilidades y, aunque no eran muchas, con Ana, mi mujer decidimos probar la odisea. »
Ana y Jorge vivieron varios años aquí. Siguen haciéndolo, aunque ya no estén juntos.
Cuando se les pregunta que pasó, las respuestas son diferentes, aunque las estadísticas indican grandes similitudes en estos aconteceres.
Una familia joven y exitosa en Buenos Aires se sostiene no por el amor y la convivencia, sino por la ausencia y las ansias de crecer en lo económico y fortalecer un futuro, pero olvidan cimentar el presente.
En El Bolsón, vivir significa CON-VIVIR. Luego de cumplido el compromiso laboral, por extenso que sea, las horas sobran para compartirse con la pareja, los hijos, los compromisos sociales que no existen, precisamente por la particular idiosincrasia del lugar.
Un horario laboral tipo no excede las ocho o diez horas. Si el horario es partido, se vuelve a casa a compartir el almuerzo, la escueta siesta, se retorna a la oficina,se retorna a cenar, se ve televisión, se conversa con la pareja y los hijos, se va a dormir. Esta rutina excluye las horas de traqueteo en ómnibus, en trenes, en subterráneos, las obligatorias detenciones en los cafés para hacer tiempo, los partidos de fútbol de fin de semana, la visita a los viejos, los espectáculos, el ballet, la peña...
Todo ese tiempo se invierte en la convivencia. En construir la casita, en cuidar la huerta, meterse en la vida del lugar, comentar lo que acontece alrededor, descubrir quién vive al lado nuestro, deslumbrarse por las historias que nos llegan.
Cocinar todos los días y no alimentarse con la carroña preelaborada, Se comienza a ser más naturista, se privilegian las verduras, las frutas de estación, se descubre qué barato es comprar a los vecinos, desde la leche hasta la verdura. Se minimiza el mundo de lo que importa: el síndrome diario, la cancha y la televisión pasan a un segundo plano y finalmente desaparecen. Por ahí se desea ver una buena película, pero no hay cine. Se alquila un video, se comparte en familia, luego no alcanza y se comparte con algún amigo.
Se trastoca el lenguaje. Se toman inflexiones de la fonética local, se conocen a los personajes de la vida cotidiana a los que puede adorarse u odiarse, se convive también con ellos, se tornan ecologistas, desean salir del ámbito hogareño para desentoxicarse de tanta familia. Se conoce a alguien que, curiosamente, está tratando de zafar de lo mismo. Hay gente como uno fuera de la casa. Lo aburrió la convivencia. Acontecen las separaciones con una vertiginosa frecuencia.
¿Cuál es el motivo? Intentemos una explicación. Esta misma familia, marido, esposa, dos hijos, en Buenos Aires convivían algunas pocas horas al día, unos pocos días al mes, unos pocos meses al año. En El Bolsón la convivencia es diaria, por horas, por noches, días, estaciones. Así es fácil saber con quién se convive, cómo es el otro. Sus defectos. Sus virtudes. Sus mentiras. Su caparazón. Aunque no sea esta una explicación válida para todos los casos, centenares de entrevistas a separados que provienen de otros lares lo atestiguan. Dicen: « Un día lo vi. Dije, no es esta la persona que yo elegí. 0 me mintió o viví deslumbrado/a". Este grupo de separados a su vez regenera el otro país de El Bolsón.
Aquí no hay clubes de solitarios, bailes sociales para separados, todos se conocen. Allí surge el movimiento del complejo engranaje del sistema ajedrecístico de las relaciones humanas. El marido de fulana se junta con la esposa de fulano. Los hijos de ambos se relacionan, se conocen, y todo acontece en un ámbito de extraña convivencia superadora.
Cuando ambos matrimonios, ahora entrecruzados, a su vez tienen hijos, se produce una mescolanza de los míos y los nuestros digna de ser analizada. Cuando la escuela los sintetiza en sus nomenclaturas, dirimir quién es uno y quien es otro, resulta francamente una tarea ciclópea.
El embrujo de El Bolsón es permanente, si así no fuera, no serían permanentes sus habitantes.
Las extrañas redes sociales que rigen esta sociedad tan etérea, tan heterogénea, sólo por usar esdrújulas, resulta indescifrable para quien no esté medianamente inserto en ella.